Graciela no tenía permiso para elegir novio, su papá esperaba que se casara con un hombre mayor de España que le asegurara a la familia un próspero futuro. A Graciela la seguía a todos lados, Elba, que más que su guardia se había vuelto su cómplice. Gracias a ella, pudo coordinar varios encuentros con un joven, del que se había enamorado. Graciela sabía que su papá no podía aceptar ese noviazgo, pues a pesar de todas las virtudes que tenia Francisco, el carecía de buena posición económica, era pobre.

A pesar de todos los cuidados que tenían Graciela y su cómplice, un día, su papá descubrió el noviazgo. Por ello, la encerró en su habitación. Elba fue a buscar a Francisco para informarle lo que pasaba su novia. Con todos los sacrificios posibles, Francisco logró comprar una casa junto a la de su suegro. Así, mediante los balcones, los enamorados siguieron viviendo su amor.

Llegó el día en el que el papá de Graciela, Gilberto, se dió cuenta del atrevimiento de los jóvenes y entró furioso al cuarto de ella. Elba trató de impedir que entrara, pero era más la furia de Gilberto, que se abalanzó y clavó un puñal en el pecho de Graciela. En un último aliento, ella alcanzó a llevar su mano al balcón. Francisco lleno de impotencia, se estiró todo lo que pudo, tomó su mano y le alcanzó a dar el último beso al amor de su vida.

Esta no es una noticia de México, es una de las leyendas, la del “Callejón del Beso” en Guanajuato. Esta leyenda invita a los visitantes de dicho callejón, de 68 centímetros de ancho, que se besen justo en el tercer escalón, para que su amor prospere. La leyenda es contada por niños con alma de guía de turistas, quienes relatan la historia de “Doña Ana, Don Luis, Don Carlos o Doña Carmen”, los nombres son lo de menos. Lo importante es que, se dice que ahí un padre lleno de avaricia mato a su hija con tal de que no siguiera su noviazgo con un pobretón.

México cuenta con muchas leyendas, y Guanajuato está repleto de ellas. Caminar por la ciudad y conocer una que otra de estas leyendas, hace que el lugar, de por si mágico, nos encante más.